Que también recuerdo los lunares de su espalda y el color de
su piel. El de invierno y el de verano. Que sé los hielos que echa en su copa,
y la cantidad exacta de ginebra que necesita para que sea perfecta. Que conozco
sus manos como si fueran la palma de las mías. Las canciones que le hacen
sonreír, las que le hacen fruncir el ceño, y las que lo hacen bailar. Que le
gusta caminar, porque así aprovecha para pensar. Que camina como un potrillo. Que puedo adivinar la
efusividad con la que va a responder al teléfono cuando le llamo y que sé que
soy capaz de hacerle reír.
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