jueves, 24 de febrero de 2011

Before I'm paralised.

De la constelación de tus lunares me hice preso.

Me gusta la noche. Es mi escudo contra ti. Porque, si me preguntas algo, soy incapaz de mentirte en el 90% de los casos. Y el 10% restante de mentiras son en contra mía y a tu favor.
Por eso me escondo tras el número de mi habitación traducido a kilómetros de oscuridad entre mi ventana y la tuya. Y, como siempre, contar los minutos que pasan no entra dentro de mis planes. O tal vez sí.
Llega un punto en el que me es complicado distinguir mis mentiras de mis verdades. Fernando Savater le puso un nombre a todo esto, un nombre que no voy a compartir.

Dormir sola y hablar sola esta noche son sinónimos.

Supo que estaba perdida en el momento en que vio su cara y le sorprendió el pensamiento de que esta vez nada podría pararla. Un 50% fue decisión propia, el resto fue culpa de la música y el viento.

Y déjate de historias que ya morí en vida mi amor, que ya no me complico.

martes, 15 de febrero de 2011

Y ahora toca:

Hacer daño, pero de verdad. De forma consciente e intencionada, directa a los pólipos y a la yugular. A las manos y a la válvula ventricular. Por la tarde y por la noche, arrancar extremidades y morder los parachoques. Tapar agujeros y desatascar desagües. Pisar camiones y arrastrar tripulaciones, cambiar cortinas y quemar cien conclusiones.

Trepanar diez de cada siete y mentir al seis de corazones.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Entre la cirrosis y la sobredosis.


“De pequeño, mi padre me advirtió que no mirara la lavadora; yo era muy pequeño y no le hice caso. Con el paso de los años, me he dado cuenta que tenía razón: no se puede mirar la lavadora de pequeño y pensar que eso no te va traer problemas el día de mañana.”

Busqué. Busqué entre las pelusas que invaden el fondo de mi armario. Busqué en el cubo de basura, entre mi colección de mandarinas secas y en el minuto veintitrés del programa de lavado de mi lavadora. Seguí buscando, en el cajón de los calcetines y entre los apuntes de Balzac, Wordsworth, Dalí y Baudelaire.

Me fui, a tomar un café bien amargo a la cocina. Y a mitad del recreo, entre la cirrosis y la sobredosis, me cansé de descansar. Y viendo que la lavadora centrifugaba, la abrí y me metí dentro. Y allí te encontré, empapado del olor de tu suavizante pero con un tacto familiarmente agrio. Como comer limones a bocados en pleno éxtasis de los sentidos.

No parábamos de girar. Debimos estar allí, dentro de la lavadora, un año entero. Tal vez dos. No lo sé a ciencia cierta, porque una de las cosas que te ocurren cuando te metes en una lavadora centrifugando es que pierdes la noción del tiempo. Nos quisimos mucho durante todo ese tiempo, yo lo sé. Cualquiera se habría dado cuenta. Es posible que fuera porque girar de aquella manera y a esa velocidad, a uno lo marea un poco. Pero nos quisimos sin tocarnos ni una sola vez.

Yo sé cuánto te quise, y sé que cuando salimos del tambor (tú delante, por supuesto), yo aún seguía entre la cirrosis y la sobredosis. Y como no había toallas secas, se nos ocurrió secarnos con lágrimas y un saco de discreción.

Desde entonces, el olor de tu suavizante vive en mis pulmones. Por eso, a cada calada rezo por que el humo lo neutralice. Siempre sin éxito, claro. Así que no se te ocurra decirme que lo deje, porque yo seguiré intentándolo, entre la cirrosis y la sobredosis.

“Entonces, oh belleza mía, di a los gusanos
que te comerán a besos,
que he guardado la forma y la esencia divina
de mis amores descompuestos”