Podría dejar de quererte de la forma en la que te quiero. O al menos, de una de ellas. Creo que tengo varios motivos para hacerlo, lo que no sé es si merecen tanto la pena como para sacrificar algo que lleva conmigo la friolera de X días y 1’5X noches. Me gusta la vida que llevaba hasta hace no demasiado tiempo.
Uno de esos motivos podría tener nombre propio, y me da tanto asco pensar en el hecho de cambiarte de estante que se me revuelve la masa cerebral y se me atasca la sangre en las arterias. A veces pienso que aquel día lloré tanto que te escapaste por las cuencas de mis ojos para no volver. Lloré mucho, muchísimo, casi infinito si se me permite la exageración. Es posible que expulsara todo el dolor de una vez por todas. De hecho, una duda que me asalta desde hace no mucho es si la distancia hace el olvido o magnifica los sentimientos. Incluso he llegado a pensar que hace las dos cosas a la vez. Seguiré pensando en ello, a ver si despejo la incógnita y llego a una conclusión matemática, basada en números. En kilos, minutos o kilómetros.
El pasado y el presente están en distintos archivos, aunque de vez en cuando las carpetas se caen al suelo y mezclan los folios de una forma apabullante. Casi da miedo recoger las hojas de papel reciclado, y plantearse siquiera el reordenarlas y clasificarlas.
He aprendido que hay gente con imán. Hay imanes de las causas perdidas, eso sí puedo asegurarlo. Y me fascina tanto como me aterra, el ser consciente de esto y otro par de cosas de las que no me apetece hablar.
Volviendo al asunto de los motivos, me da tanto por el culo haber llegado a este punto, que me encadenaría a tus caderas con tal de no tener que afrontar lo que me espera a la vuelta de la esquina. Me encadenaría de costado a tus caderas. No te sacaría los ojos para meterlos en formol, ya no. Pero me encadenaría a tus caderas, eso sí. De hecho, me encadenaría a las caderas de cualquier hijo de puta que se me presentara desafiante con una daga entre los dientes. Y retaría. Retaría sin descanso su capacidad de absentismo, y también su capacidad de actuación. Pediría a gritos un corte en al brazo, justo debajo del hombro, donde no me llegue la lengua. Y después bailaríamos vals al ritmo de un rock’ n roll.
El caso es que, si me pudiera mirar a los ojos cuando te miro a los tuyos, seguramente echaría a correr hasta que los pinchazos del flato me hicieran retorcerme de dolor. No quisiera saber que esa mirada ha vuelto de una forma tan cruel. A pesar de todo, hay momentos en los que me duelen de tristeza. Los ojos. Y es entonces cuando me preocupo tanto que me vuelvo la persona más triste de la pista. Siempre fui reina de bar. Y la reina abandona sus aposentos cuando le viene en gana, sin dar explicación.
Me retiro, me ausento, me muero de pena. Me das miedo. Todo lo tuyo me da miedo.