Pues yo prefiero apagarme lentamente antes que quemarme de repente, al menos a con vistas a un tiempo no muy lejano. Porque no me estoy refiriendo a mi muerte física sino a otra mucho más chunga y, por tanto, más acojonante. Y la veo relativamente cerca. Así pues, prefiero apagarme lentamente para poder disfrutar de cada segundo de ventaja que me dé cada célula de mi cuerpo mientras se quema, pese al dolor y la magnitud de la tragedia. Y de paso poder escupir llamaraditas de insensatez por la boca si se me antojara lo suficiente como para arriesgarme a quedar reflejada en los espejos del recuerdo como una idiota sentimental que se aferró demasiado a su columpio particular, disfrutando del punto más alto del viaje tanto como del más bajo, con esa sensación que te inunda la tripa en el trayecto entre ambos dos puntos. Y tener la seguridad de que si en un momento dado no me apetece llegar abajo una sola vez más porque mi cuerpo o mi alma no va a ser capaz de resistirlo, podré tirarme cuando esté arriba del todo saliendo así del bucle en el que entras cada vez que crees que merece la pena gastar tu tiempo aquí, (y no en el tobogán ni en la telaraña, porque por muy divertidos que parezcan, sabes que nunca crearán esa sensación en el estómago que te hace sentir tan viva), cayendo de rodillas, de morros o de costado, sobre el duro suelo que te indica que has salido de la moqueta morada y relativamente blanda donde se encuentran tantas atracciones, y saber que nunca volverás a entrar en un parque infantil, al menos hasta que tus heridas hayan curado del todo y solamente queden unas cicatrices que te harán sonreír mientras recuerdas con dos gotitas de nostalgia cruzando tu cara los momentos que viviste en el pasado en un lugar tan parecido y a la vez tan distinto a aquel.
Me encanta rezumar amor por los poros de mi cuerpo cada vez que sudo cuando estoy en mi columpio.
1 comentario:
Pues yo creo que puedes atarte al columpio con las cadenas que lo sostienen a cada lado. :)
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