Las almas de vez en cuando entran en un coma en el que es capaz de reconocer contadas siluetas, cada una perteneciente a una sombra determinada, cada una perteneciente a un alma determinada. Como dato informativo: si durante el coma pudiera uno moverse, tal vez con las dos manos tendría suficiente para abarcar todo lo que le pertenece.
Y de vez en cuando aparece una nueva silueta, una sombra en medio de esa luz blanca de la que todos han oído hablar. Una luz que no es sinónimo de claridad ni indicio de salvación como muchos creen. Es otra cosa muy distinta que ni siquiera voy a tratar de poner en palabras. Pues bien, como iba diciendo, esa nueva sombra con una silueta propia y un atractivo completamente nuevo e hipnotizante hace que disminuyan como candidatas a reconocibles el resto de siluetas de las almas en coma que comparten habitación contigo en ese hospital con ese característico penetrante y agobiante olor a médicos y medicinas que, por muy conocedores que digan ser de las enfermedades y los remedios del mundo, no pueden salvarte ni sacarte de tu coma personal. Y de vez en cuando una de esas nuevas sombras hipnóticas te convence, ya sea premeditadamente o no, ya sea intencionadamente o no (todo depende de la naturaleza de cada alma), de que será capaz de acompañarte en ese mismo cruel mundo que os metió en una cama de hospital. Y entonces, milagrosamente, tu alma abandona el coma.
A partir de entonces hay dos posibles caminos a seguir; el primero, en el que esa silueta especial sale de su coma (si es que lo estaba, sino te tiende la mano desde fuera) y echa a caminar a tu lado, y el segundo, en el que la silueta especial se queda dentro de su coma, obligándote a caminar solo.
Dicho sea de paso, toda alma suele acabar en un nuevo coma, independientemente del camino que le haya tocado seguir.