Ni un lustro-so amanecer podría haberme sorprendido tantísimo.
El subconsciente es como una batidora, lo revuelve todo y lo saca en el momento más acertado e inoportuno, al menos en ciertos casos desafortunados en los que se me hace difícil calcular la magnitud de la tragedia. No sé, o no quiero saber, a qué se debe todo esto, pero ya son tres las veces que la batidora del mundo ha querido pillarme por sorpresa e indefensa en un dia como hoy.
Puedo seguir intentando hacerme la loca por dentro. No, esto no es así realmente. Más bien intento no sacar conclusiones precipitadas. Pero a veces todo parece indicar al sur, y es entonces cuando te das cuenta de que tu camino está a punto de cambiar y de que no quieres perder el norte en el que siempre creíste y confiaste. Tienes miedo, y eso es absolutamente lógico y comprensible. Sobre todo cuando sabes que en el sur las mandarinas no aspiran a la medalla.
sábado, 22 de agosto de 2009
sábado, 15 de agosto de 2009
La generación de puta madre.
Pues yo prefiero apagarme lentamente antes que quemarme de repente, al menos a con vistas a un tiempo no muy lejano. Porque no me estoy refiriendo a mi muerte física sino a otra mucho más chunga y, por tanto, más acojonante. Y la veo relativamente cerca. Así pues, prefiero apagarme lentamente para poder disfrutar de cada segundo de ventaja que me dé cada célula de mi cuerpo mientras se quema, pese al dolor y la magnitud de la tragedia. Y de paso poder escupir llamaraditas de insensatez por la boca si se me antojara lo suficiente como para arriesgarme a quedar reflejada en los espejos del recuerdo como una idiota sentimental que se aferró demasiado a su columpio particular, disfrutando del punto más alto del viaje tanto como del más bajo, con esa sensación que te inunda la tripa en el trayecto entre ambos dos puntos. Y tener la seguridad de que si en un momento dado no me apetece llegar abajo una sola vez más porque mi cuerpo o mi alma no va a ser capaz de resistirlo, podré tirarme cuando esté arriba del todo saliendo así del bucle en el que entras cada vez que crees que merece la pena gastar tu tiempo aquí, (y no en el tobogán ni en la telaraña, porque por muy divertidos que parezcan, sabes que nunca crearán esa sensación en el estómago que te hace sentir tan viva), cayendo de rodillas, de morros o de costado, sobre el duro suelo que te indica que has salido de la moqueta morada y relativamente blanda donde se encuentran tantas atracciones, y saber que nunca volverás a entrar en un parque infantil, al menos hasta que tus heridas hayan curado del todo y solamente queden unas cicatrices que te harán sonreír mientras recuerdas con dos gotitas de nostalgia cruzando tu cara los momentos que viviste en el pasado en un lugar tan parecido y a la vez tan distinto a aquel.
Me encanta rezumar amor por los poros de mi cuerpo cada vez que sudo cuando estoy en mi columpio.
Me encanta rezumar amor por los poros de mi cuerpo cada vez que sudo cuando estoy en mi columpio.
viernes, 14 de agosto de 2009
HOGUERA
Que nadie espere ver una sonrisa en mi cara cuando estoy rodeada de miradas de dolor y tristeza, entre otras cosas. Creo que incluso podría incluir la mía. Sí, allí estoy, ahora me veo mejor, mirándome a través de los barrotes.
Salgo de mi cuerpo y me alejo unos escalones para ver(n)os desde más lejos, con la única intención de fumarme hasta el último lamento mientras trato de destruir esa electricidad que nos rodea.
Te miro a ti primero, a tu bola como siempre, desencantada de la vida tal vez, o solamente en parte. Giro la cabeza hacia mi derecha y te veo ahora a ti.. Qué puedo decir de ti. Tal vez adorando a un dios que no existe en ningún cielo. Sigo retando a las agujas del reloj, y ahí estás tú. No tengo ni puñetera idea de lo que te pasa, y eso me pone nerviosa. Quisiera ir y abrazarte, pero solo bailo. Luego vas tú, te toca a ti, querida. Contenta por dentro y por fuera, triste por dentro. O eso creo. Y por último estás tú, que me recuerdas tanto a mí a pesar de la diferencia, aunque quizás ésta ya no sea tan grande. A mí.. Creo que paso de mirarme a mí misma ahora, me aterra la idea.
Cuando ya no queda humo para estropearme también físicamente por dentro, vuelvo al círculo vicioso del que, sospecho, nadie va a salir nunca. Y si digo nunca es porque, aunque alguien consiga escapar, la estancia va a ser tan larga que no alcanzo a ver su final.
Si me voy a quemar por dentro, al menos que sea en vuestra compañía, y no observándoos a través de unos barrotes, un cristal, unas calles o un océano.
miércoles, 5 de agosto de 2009
Sal.
No te das cuenta de que estás vivo, y si no lo estuvieras ni siquiera importaría. ¿A quién le importa una vida cuando hay millones en el mundo? Ya.
El día que yo muera, me gustaría que alguien llorara. Pero solo ese día, a partir de entonces quedan prohibidas las lágrimas. Porque hay veces que las lágrimas te queman la cara a su paso por tus ojeras permanentes y tus mofletes blandos y tiesos. Ahí es cuando dejan de llamarse lágrimas, para rebautizarse con el nombre de nostalgia. Entonces sabes que estás perdiendo el tiempo hagas lo que hagas, pero no te importa. Tan solo estás de viaje en este agujero negro con farolas, dando la oportunidad de ser queridos a aquellos a los que, a la larga, te vas a permitir perder. Por los que llorarás el día que te abandonen para ir a la tumba o a cualquier otra parte en la que tú no estés. Por los que solo llorarás ese primer día en el que te das cuenta de que a pesar de no ser muy lista, no estabas equivocada del todo. A partir de entonces te limitarás a ir calcinándote poco a poco la cara en memoria de almas perdidas, cavando así un camino para la más fría y dolorosa nostalgia, la nostalgia que es capaz de sentir solo quien morirá tantas veces como personas le dieron la oportunidad de ser querida.
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